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Nueva agenda metropolitana

Matías Barroetaveña2 febrero, 20186min20800

El mayor problema que tiene nuestro país es la desigualdad. Su mayor desafío, modernizar la propuesta política ajustándola a una nueva agenda de justicia social. Muchos de los problemas que debemos afrontar son viejos, otros son más recientes. Algunos son fruto de nuestros fracasos; otros, resultado de aciertos. Provengan de donde provengan estos problemas, necesitamos una nueva agenda para afrontarlos. Un primer paso es tratar de delimitarlos.

La urbanización es una realidad para nueve de cada diez de nuestros compatriotas. La mayoría de ellos viven en grandes áreas metropolitanas siendo la más numerosa la del AMBA. Ante esta situación no se pueden seguir planteando agendas restringidas a los espacios políticos jurisdiccionales. La gobernanza metropolitana y las desigualdades que esta enfrenta es, sin duda, un punto nodal de esta nueva agenda. Las problemáticas vinculadas al cambio climático, la economía 4.0, la movilidad, la inseguridad y el manejo de los residuos sólidos urbanos sólo son abordables en una agenda integradora y de largo plazo. Hay un desfase entre la ciudad formal y la ciudad real, y ese desfase impide administrar correctamente los desafíos urbanos y mejorar la calidad de vida.

El trabajo no registrado, que irresponsablemente se discute en campaña electoral y se presenta de manera facilista como cambiar planes sociales por trabajo, tampoco se supera con paliativos fiscales, como la historia demuestra. La crisis del empleo no se supera con planes sociales y empleo público. El camino a recorrer es a través de la creación de empleos de calidad. Un camino que necesita de empresas más competitivas y con mayores niveles de productividad. No podemos oponernos al progreso, la efectividad y la mejora continua. Ahora bien, la gran pregunta es cómo hacerlo sin renunciar a las conquistas sindicales y a los derechos laborales. Mayor inversión productiva, una integración continental inteligente, la formación continua y una articulación empresarial con los dispositivos de ciencia y tecnología apoyados por el Estado aparecen como las opciones más virtuosas. Necesitamos respuestas modernas a los desafíos de la crisis del empleo global.

La robótica, la era digital, la velocidad de la economía 4.0 ya impactó sobre nuestras vidas y lo hará con mayor fuerza cada día que pase. Es necesario que seamos protagonistas de este proceso, redistribuyendo oportunidades, facilitando la economía colaborativa sin barrer con el empleo. Hoy todos nosotros realizamos a través de nuestros celulares trabajos que antes generaban empleo: venta de entradas para espectáculos, trámites bancarios, organización de viajes, consultas médicas, e commerce. Son múltiples los rubros que ya han sido afectados y lo serán aún más. No podemos tapar el sol con la mano. Debemos construir una agenda que convierta estos avances en oportunidades y no en una amenaza. Debemos redistribuir los ventajas que genera el salto tecnológico.

En la historia argentina los gobiernos más progresivos han sido los que modernizaron y ampliaron el abanico de derechos económicos, sociales y culturales de nuestros compatriotas. Así fue a mediados del siglo XX y a comienzos del XXI. En este sentido, una nueva agenda política no puede no considerar seriamente la agenda de género, el cuidado de personas, a discusión sobre la despenalización del aborto, o la no criminalización de aquellos que consumen drogas. No se puede seguir poniendo en riesgo sus vidas y sus futuros por no abordarlos desde dispositivos de salud pública, desarrollo social y culturales. Nadie que busque representar a la sociedad argentina puede mirar para otro lado.

Los desastres naturales son previsibles y suceden cada vez con mayor frecuencia. El cambio climático y la preparación para catástrofes no son temas del futuro, la gestión del riesgo es un desafío cotidiano. Las ciudades son aquí, otra vez, las grandes protagonistas. Hoy contamos con herramientas suficientes para afrontar el desafío ambiental, pero usadas de manera espasmódicas, a destiempo y desigualmente. Todas estas posibilidades técnicas y los impactos sobre la vida cotidiana deben administrarse desde una perspectiva equitativa que permita construir ciudades (y por ende un país) menos desiguales y con más oportunidades. Si los sectores populares y quienes aspiran a representarlos no son protagonistas de este proceso serán las víctimas del mismo. El Estado debe ser también protagonista y las instituciones políticas deben tener una estructura que les permita estar a la altura. No olvidemos que somos más ciudadanos que clientes.

Quienes persiguen un horizonte de justicia social no tienen que bajar sus banderas históricas, tienen que traducirlas a los tiempos que corren. Cualquier proyecto que se precie de distributivo necesariamente debe ser moderno. Si aquellos que lo conforman lo son seguramente protagonizarán el presente y el futuro será mejor.

Matías Barroetaveña, director del Centro de Estudios Metropolitanos

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