Una noticia del diario El País informa que: “Un estudio de Mckinsey publicado en 2016 cifraba el volumen de trabajo independiente -aquel que conjuga un alto grado de autonomía, el pago por tarea y una relación a corto plazo entre empleado y empleador- entre el 20% y el 30% de la población en edad de trabajar en EEUU y la UE, lo que equivale a unos 162 millones de personas. De estos, en torno al 70% podrían considerarse como “independientes voluntarios” y el 30% restante optaría por estos empleos sólo por necesidad”.
En nuestro país se están difundiendo servicios de entrega a través del uso de plataformas digitales como son, para nombrar algunos: Glovo, Rappi; Treggo; PedidosYa, etc. Estas plataformas solucionan problemas:
- De los consumidores para acceder a los productos o servicios en tiempo y forma (desde comida hasta cigarrillos, desde remedios hasta llaves olvidadas o dinero en efectivo).
- De los autónomos, que ven la posibilidad de aumentar sus ganancias en su tiempo libre.
Es decir, estamos accediendo a servicios que hacen la vida más fácil para quienes consumen, pero el costo es el encubrimiento de condiciones laborales de mínima cuestionables.
A simple vista, las plataformas digitales son el lugar de encuentro soñado de la oferta y la demanda en condiciones de libertad e igualdad. Pero este encuentro soñado puede encubrir algunas pesadillas:
- La relación laboral deja de ser entre quienes trabajan y quien emplea; para serlo entre autónomos que quieren seguir siendo sus propios jefes, que quieren completar sus ingresos o generarlos de manera complementaria a otras actividades (estudio, familia, etc.) y una plataforma que los reconoce, los organiza, los controla, y les permite el acceso y la difusión de sus servicios, siempre y cuando se cumplan las condiciones del punto siguiente:
- El cliente, el consumidor no sólo solicita el servicio y la entrega del producto, sino que además evalúa y su evaluación (y eso es lo maravilloso del uso de algoritmos) en tiempo real, es lo que va a condicionar los ingresos y el acceso de los “riders”, “glovers”, “autónomos proactivos” a la plataforma para ofrecer sus servicios.
- La llamada a la libertad y autonomía son cantos de sirena que se repiten y que tapan la precariedad de la relación aparentemente “no laboral”. Esta precariedad se hace evidente en el momento en que la misma se ve condicionada por accidentes, incidentes o enfermedades que hacen necesaria un piso de protección social para quienes trabajan y que puedan afrontarlos.
- La llamada a participar de una “comunidad llena de pasión y con gran sentido de responsabilidad por hacer feliz a cada usuario ayudándolo en lo que necesita” genera ganancias cuya apropiación está deslocalizada y con ello, la modalidad de responsabilidad fiscal en términos de dónde se hacen los aportes fiscales lo cual cuestiona los niveles de intervención clásicos del Estado Nacional.
- Se genera riqueza, pero ¿cómo se distribuye? y ¿quién garantiza una redistribución equitativa, con especial referencia a garantizar una cobertura social a quienes participan de la gig economy? Quizás debería también pensarse en algún algoritmo que además de garantizar la transparencia favorezca la igualdad, un desafío de la IA.