La economía digital está transformando las relaciones de producción y consumo, en muchos casos introduciendo cambios profundos y acelerados en las formas tradicionales de circulación de bienes y servicios. Desde las conocidas empresas de viajes a demanda, hasta el cuidado de personas o intercambios no monetarizados de juguetes, pasando por servicios financieros.
El mundo de las transacciones en línea impulsa procesos diversos y complejos, muchos de los cuales tienen repercusiones más allá de las áreas específicas en las que operan y plantean nuevos problemas de gestión urbana. Uno de los temas que ya se ha instalado en la agenda de varias ciudades es el uso de plataformas digitales para alquileres temporarios y su relación con el mercado inmobiliario, fundamentalmente en el impacto sobre el acceso a la vivienda.
El fenómeno viene creciendo. Con una valuación que se estima cercana a los cuarenta billones de dólares, Airbnb domina este mercado global. Consolidada al ritmo del turismo joven y urbano, hoy se posiciona como una opción de hospedaje que, para muchos turistas y viajeros, cuesta menos que los hoteles y brinda la posibilidad de “experiencias más locales”. Pero, además, Airbnb se amplió con base en los propietarios que buscan un ingreso extra en ciudades donde el costo de vida impuesto por los alquileres y los créditos hipotecarios se ha vuelto difícil de sostener. Ambas situaciones podrían entenderse como parte de la llamada economía colaborativa, uno de cuyos pilares es la utilización de bienes infrautilizados. Sin embargo, el crecimiento de Airbnb evidencia que estas realidades se subsumieron en lo que demostró operar una empresa hotelera.